sábado, 13 de octubre de 2012

A 40 AÑOS DE LA TRAGEDIA DE LOS ANDES

El 13 de Octubre de 1972, un avión Fairchild 571 cayó en la cordillera andina con 45 personas a bordo, la mayoría de ellos integrantes de un equipo uruguayo de rugby. Setenta y dos días después, cuando todo el mundo los había dado ya por muertos, 16 sobrevivientes fueron rescatados de las montañas. Una historia que se convirtió en una milagrosa leyenda de supervivencia.


El Fairchild 571, un turborreactor de dos motores arrendado por la Fuerza Aérea Uruguaya, se estrelló en la cordillera con 45 personas a bordo, la mayoría de ellas integrantes del Old Christians Rugby, un equipo de rugby formado por exalumnos de entre 18 y 23 años de un colegio de Montevideo, que iba a Santiago de Chile para disputar un partido contra el Old Boys. Piloteada por el Coronel Julio César Ferradas, la nave había partido desde el aeropuerto mendocino de El Plumerillo y tenía previsto seguir el llamado Paso del Planchón para cruzar el macizo andino y llegar luego a tierras chilenas. Sin embargo, las pésimas condiciones climáticas de aquella tarde confundieron a Ferradas y estrellaron al avión contra las montañas, destrozando su cola y sus alas antes de precipitarlo en el Valle de las Lágrimas, una larga pendiente nevada situada a 3500 metros de altura de las inmediaciones del volcán Tinguiririca y el cerro El Sosneado, en pleno corazón cordillerano. Trece personas fallecieron inmediatamente en el accidente y otras cuatro murieron en la madrugada posterior al choque, entre ellos Ferradas y la casi totalidad de la tripulación. Después de ello, usando los restos golpeados del fuselaje como refugio, los veintiocho sobrevivientes lucharían por mantenerse vivos en una geografía hostil de hielos traicioneros y temperaturas extremas, sin víveres suficientes, abandonados al desamparo y aferrados a esperanzas débiles. 



Después de haberse precipitado a tierra, el avión se deslizó varios cientos de metros por la nieve hasta detenerse por completo. La desaceleración fue brutal y, en la inercia, los asientos delanteros quedaron comprimidos contra la parte frontal, lo que causó la muerte inmediata de varios pasajeros o los hirió tan gravemente como para causar su deceso apenas unas horas más tarde. Seis personas fallecieron en el impacto dentro de la nave, mientras que otras siete lo hicieron al ser despedidas por la parte trasera del avión luego de que este perdiera su cola en uno de los golpes contra las montañas. En la mañana siguiente al accidente, ya habían muerto cuatro personas más y otras tres tenían su vida pendiendo de un hilo, entre ellas Fernando Parrado, quién había estrellado su cabeza contra el montante de los equipajes y tenía una fractura de cráneo agravada por un edema cerebral.

En los primeros días que sobrevivieron al choque, Marcelo Pérez fue el encargado de organizar a quienes habían resultado ilesos para ayudar a los heridos y despejar el fuselaje, de forma de pasar allí las noches necesarias hasta que los rescataran. Pérez que era en capitán del equipo de rugby, confiaba en que los rescatistas ubicarán prontamente al avión, algo que no se dio porque los datos que poseían en la torre de control de Santiago eran erróneos. 


Llevadas a cabo por aviones chilenos que sobrevolaron varias veces la zona con el objetivo de avistar los restos del accidente, aquellas infructuosas misiones de rescate se extendieron por ochos días, hasta que el sábado 21 de octubre decidieron suspenderlas en vista de la falta de resultados positivos. Dos días más tarde, Gustavo Nicolich escuchó la noticia de la suspensión en una radio portátil que tenían en la montaña. El domingo 22 de octubre, cuando en Chile ya habían anunciado el fin de las operaciones de búsqueda y rescate, los sobrevivientes tomaron una de las decisiones más trascendentes de la epopeya. Reunidos en el interior del fuselaje, varios coincidieron en que debían utilizar los cuerpos de los muertos como alimento, ya que los víveres estaban comenzando a escasear y la montaña no era más que un páramo sin nada comestible para aprovechar. Roberto Canessa en el libro "La sociedad de la nieve", señala que la decisión los obligó a comenzar por comer los músculos de los muertos para luego, a medida que los cuerpos iban siendo destrozados por la necesidad de vivir; seguir con las vísceras y, finalmente, con el cerebro, al que llegaban después de tener que quebrar el cráneo a hachazos.

También, empezaron a hacerse expediciones que en un principio tuvieron por objetivo localizar la cola del avión -en la que suponían estaba la batería que les permitiría hacer funcionar la radio de la aeronave que habían encontrado en la cabina del piloto- y, más tarde, buscar una salida por las montañas hacia el oeste, en dirección a Chile, esto debido a que los sobrevivientes creían erradamente que se encontraban más cerca de territorios chileno cuando, en realidad, las distancias para descender de la cordillera eran menores hacia el lado de Argentina. En su camino hallaron los cuerpos de algunos de los que habían fallecido al caer del avión y regresaron dos días más tarde sin haber encontrado la cola del avión. Desde entonces, tuvieron lugar otras varias expediciones.


En las últimas horas del domingo 29 de octubre, cuando ya habían pasado más de dos semanas desde el accidente, una nueva tragedia sacudió al grupo de sobrevivientes. Esa noche, mientras todos dormían en el interior del fuselaje, un alud se precipitó desde lo alto de las montañas y sepultó casi por completo los restos del avión. Sólo uno no quedó cubierto por la nieve, Roy Harley, quién desesperadamente comenzó a cavar con sus manos para rescatar de la asfixia a los que habían quedado atrapados. 

Los día que siguieron al alud envolvieron a los sobrevivientes en un mundo oscuro. El fuerte temporal que azotaba afuera no los dejaba salir del fuselaje y hubo entonces que comer la carne de los muertos recientes, aquellos que hasta hacía unas horas habían compartido con ellos la esperanza de salir de allí y que en esa noche del 29 de octubre fueron enterrados sin remedios por la nieve. Sólo el miércoles 1 de noviembre, cuando al fin mejoró el tiempo, se pudo quitar la nieve del interior del Fairchild y sacar los cadáveres al exterior; para apilarlos junto al resto de los muertos.

A principios de noviembre, cuando ya el verano empezaba a aproximarse y se desvanecían inexorablemente las fuerzas de los que aún quedaban vivos, el grupo decidió definitiva hacia el oeste, hacia los verdes valles de Chile que estaban al otro lado de las cumbres, para buscar ayuda. Fernando Parrado, Roberto Canessa y Antonio Vizintín, fueron los elegidos para emprender la aventura que parecía imposible.

En un principio, se había elegido también a Numa Turcati para ser parte de ese grupo expedicionario, pero una herida en su pierna agravó su estado de salud de tal forma que terminó por hacer inviable su participación. Durante algo más de un mes, se fue preparando el viaje, se tejió una gran colcha para que los expedicionarios se protegieran del frío de las noches, se prepararon las raciones de carne que los tres llevarían en la travesía y se les cedieron los lugares más cómodos y abrigados para dormir en las noches dentro del fulaje.


En la mañana del martes 12 de diciembre, apenas un día después de que Numa Turcatti muriera finalmente por las infecciones de la herida en su pierna, la expedición se puso en marcha rumbo a poniente. Durante los dos primeros días, en forma lenta y penosa, el trío subió la empinada ladera de una altísima montaña detrás de la que soñaban con ver el verde de los valles chilenos y signos de civilización. Sin embargo, sólo alcanzaron a ver más picos nevados, más cimas blancas y laderas rocosas. Sabiendo que el camino que les quedaba sería aún muy largo, Parrado y Canessa decidieron entonces que Vizintín regresara al fuselaje para poder ellos contar con sus raciones de alimentos. El domingo 17 de diciembre, cuando hacía ya cinco días que estaban caminando, los dos expedicionarios llegaron hasta un valle en el que vieron un pequeño arroyo orillado por musgos y juncos. Era el primer signo de vegetación que veían desde el infausto día del accidente y aquello los alentó a tratar de apurar el paso. Dos días después, Canessa avistó a los lejos un grupo de vacas y encontró una lata vacía de sopa y una herradura de caballo. En aquel momento, ambos sintieron que la salvación estaba ya muy cerca y el miércoles 20 de diciembre divisaron, al otro lado del río que habían venido ladeando, a un arriero que los observaba extrañado.

Preso de la emoción, Parrado le gritó una y otra vez, pero el ruido del agua que corría y la distancia entre ambas orillas silenciaban las voces. Por eso, tomó una piedra y la arrojó a la otra ribera, envuelta con un papel en el que escribió: "Vengo de un avión que cayó en las montañas. Soy uruguayo. Hace 10 días que estamos caminando. Tengo un amigo herido arriba. En el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido de aquí y no sabemos cómo. Estamos débiles. ¿Cuándo nos van a buscar arriba? Por favor, no podemos ni caminar." El arriero, cuyo nombre era Sergio Catalán. les arrojó un poco de pan, les hizo señas de que entendía el mensaje y salió en búsqueda de ayuda hasta el retén de Puente Negro, a cargo de carabineros chilenos. Esa misma noche, Parrado y Canessa duermieron en una humilde cabaña de El Maitén, una región de la precordillera chilena, después de haber caminado más de 55 Km desde el Valle de las Lágrinas. Y dos días más tarde, en varios helicópteros de la Fuerza Aérea Chilena, los 14 sobrevivientes que aún quedaban en el desecho fuselaje del Fairchild serían rescatados al fin de esas montañas en las que habían caído aquel 13 de octubre de 1972.

Extraído de Revista Muy Interesante - Año 27 - Número 324 - Octubre 2012






jueves, 23 de agosto de 2012

EL ETERNAUTA

"Eternauta", según Juan Salvo, es la mejor palabra para resumir su condición de navegantes del tiempo, de viajero de la eternidad. Así se presentó una madrugada de agosto de 1959 ante Germán, un guionista de historietas, para contarle su historia. 

Hasta ese giro determinante, la vida de Juan Salvo no era muy distinta a la de cualquier otro argentino. Vivía en un chalet de Vicente López junto a su esposa Elena y su hija Martita. Tenía una fábrica de transformadores que le propiciaba una situación económica suficiente como para darse sus gustos. Su hobby principal era el aeromodelismo; construía los aviones a escala en una buhardilla, ubicada en la planta alta de su casa.


El Eternauta es una historieta de ciencia-ficción con guión de Héctor Germán Oesterjeld y dibujos de Francisco Solano López. Su primera aparición se produjo el 4 de septiembre de 1957 en el ejemplar número uno de la revista Hora Cero. La historia, que llegó a su final en 1959, muestra a una Buenos Aires inmersa en una cortina de nieve radioactiva, producida por unos seres superiores llamados Ellos, cuyo objetivo es conquistar la Tierra. 


Luego hubo una segunda versión, editada 1969 en la revista Gente, con dibujos de Alberto Breccia. Si bien la esencia permaneció intacta, hubo algunos retoques en los personajes. Aquella nueva incursión no fue del todo feliz, ya que la editorial decidió precipitar su final por no estar conforme con el trabajo de Breccia. En tanto, en 1976, la editorial Récord publicó El Eternauta II en la revista Skorpio con la dupla original. Eran momentos duros para el país: el 24 de marzo, un golpe de Estado había dado inicio al peor genocidio de la historia argentina. En consecuencia, Oesterheld, que pertenecía a la agrupación Montoneros, pasó a la clandestinidad y en esa condición entregó varios capítulos. El 27 de abril de 1977 fue secuestrado y aún permanece desaparecido junto a sus cuatro hijas. La secuela, no obstante, en 1983 tuvo una tercera parte con guión de Alberto Ongaro e ilustraciones de Oswall, Mario Morhain y Carlos Meglia. 


El mundo arrepentido, El regreso y La búsqueda de Elena, fueron algunos de los títulos elegidos para continuar la saga, otra vez con Solano López y los guiones de Pablo Maiztegui.

Fuente: Revista Muy Especial - Biografías. 20 personajes para la eternidad - Editorial Televisa Argentina SA - Julio de 2011

domingo, 8 de enero de 2012

ANTONIO GIL - Santo sin título

"Antonio Gil" o "Antonio Mamerto Gil Nuñez", más conocido como "Gauchito Gil" o también "Curuzú Gil" (curuzú = cruz), es oriundo de la zona del Pay-Ubre; hoy Mercedes - Corrientes.

Este querido "Gauchito", un gaucho como otros tantos paisanos de los Esteros de Iberá, con la diferencia que pasó a la idolatría popular en el mismo momento de su muerte. 

Conocido como milagrero y milagroso. Sus favores beneficiaron a millares de "promeseros" que en un momento de angustia, o por simple favor a conceder, se acordaron de él, teniendo recompensa la gracia de haber visto realidad un pedido hecho con devoción, tanto en su lugar de peregrinación, allí en las cercanías de Mercedes, o simplemente poniendo fe en el "gauchito", prendiéndole una vela colorada o escribiendo en una cinta colorada el favor a conceder. 

santuario en Mercedes - Corrientes
En su momento se puede apreciar la gratitud de los peticionantes a los cuales "Curuzú Gil" les concedió la gracia recibida, allí se distinguen la diversidad de los favores que se les pide al "Santito del Pueblo", desde curaciones de salud con abanico de importancia hasta la compra de una vivienda. En una palabra, los pedidos realizados a este querido santo popular son de los más variados. 

El "Gauchito Gil" forma parte del santoral pagano correntino, es decir, que la canonización la ha hecho el mismo pueblo, aún la Iglesia no ha beatificado ni canonizado, de eso se ha encargado el propio pueblo, al pedirle y tener respuesta a sus ruegos. Es obvio, el paso que legitimizará el accionar de tan importante entidad. Para la fe del pueblo, basta que sean escuchados sus ruegos, no importa si tiene o no un "título" impuesto por una autoridad. Ya lo dice una máxima: "Vox populi, vox Dei" (la voz del pueblo, es la voz de Dios).

La prueba está que a su santuario, cada vez son más los que se acercan. Cada 8 de Enero, fecha de aniversario de su muerte, para visitar al santo en su día. La bailanta, infaltable en cada celebración de la fiesta de un santo, se hace sentir con todo su esplendor. Las parejas bailan al compás del chamamé, los músicos entonan canciones y "compuestos" hechos al Gauchito en su honor.


No solamente en el día de su fiesta se puede ver a los "promeseros". En su santuario nunca faltan visitas que se le hacen de agradecimiento, de pedidos o por el solo hecho de darle el gusto al alma y acercarse hasta los pagos de Mercedes hasta donde está el monumento a Antonio Gil. Visita que reconforta el corazón y da gozo al espíritu. Uno se siente acompañado, los problemas ya no son de uno solamente, porque confiarle al Gauchito los pesares que nos apenan, parecería que hay alguien que nos está ayudando.

Es costumbre que al visitar el monumento, se le prenda una vela color rojo, color que lo identifica, y se le ponga una cinta del mismo color escrita con el pedido de gracia o conceder; el agradecimiento por un favor recibido; o simplemente los nombres de las personas a las que uno quiere que el Gauchito proteja y ayude. 

El lugar del monumento es parada obligada de todo viajante y peregrino. Los micros, tienen allí una parada obligada. Ha ocurrido que algún conductor de colectivo no haya parado por un momento a saludar al Gacuhito y recibió el reclamo de todo el pasaje.

Es creencia popular que todo caminante que pase por su monumento y no se detenga por un instante a saludar a Antonio Gil no tiene la protección de éste para el resto del camino, y sí se ocurriese alguna desgracia, sale perjudicado aquel que no paró a saludarlo. 

¿Por qué se lo venera? 


Durante el siglo pasado, durante las luchas fraticidas ocurridas en la provincia guaraní, entre liberales y autonomistas. En las proximidades de una de estas infelices batallas, es que el Cnel Juan De la Cruz, recluta el gauchaje de la zona. Los arma y les da caballos. Aglutinados en su estancia de la zona del Pay-Ubre, el Cnel Salazar se apresta a iniciar el viaje en donde se reunirá él y sus hombres a otras tropas para engrosar las filas de peleas.

Es así que se encaminan, recorriendo la misma senda que recorriera el Gral Belgrano camino al Paraguay. Al llegar a la zona conocida como: Los Palmares, lugar en que el Cnel Salazar escogió para acampar, Antonio Gil, un mozo de unos 25 años aproximadamente, muy querido por toda la población, conocido como persona que siempre ayudó al prójimo; abandonó el campamento y se internó en el monte. De allí en más la leyenda se fue tejiendo según la persona que relata los hechos: unos dicen que Antonio Gil fue un estilo de "Robin Hood", le quitaba a los ricos y repartía el botín entre los pobres. Sus detractores, especialmente los liberales, decían que había formado una banda en donde los delitos contra propiedades, asesinatos y cuanto casos policiales sin resolver, se lo cargaron a sus espaldas.


Luego de abandonar el campamento, el Cnel Salazar, decide licenciar a sus tropas porque se había llegado a un acuerdo de paz entre los rivales. Es en ese momento en el que se da cuenta de la ausencias de Antonio Gil. Pasando un año de ese hecho, el Cnel Salazar vuelve a reclutar a los paisanos para una nueva batalla entre los rivales históricos. Antonio Gil se apersonó junto a sus amigos. Al verlo Salazar se acordó de él.

Le preguntó por los motivos que le llevaron a desertar, Antonio Gil se contestó que: "para que voy a pelear y derramar sangre de hermano, si no tengo ningún agravio que vengar..." y que esto se lo había dicho, la noche anterior Ñandeyara entre sueños. Las razones expuestas no convencieron al Cnel, por el contrario, este le dijo que los motivos que le estaba diciendo, no hacía más que confirmar que lo que en realidad era: un cobarde, y de inmediato lo mandaría a Mercedes para luego de allí ser trasladado a Goya en donde se encontraban los tribunales que correspondían a esa jurisdicción.

Toda la población  y de los pagos vecinos se enteraron del arresto y la suerte que éste correría, porque era sabido que la mayoría de los presos que eran enviados a Goya eran muertos en el camino, y sus custodios decían que: "al intentar escapar el preso, se produjo un tiroteo en donde el cautivo había caído muerto". La noticia llegó a oídos del Cnel Velazquez, que apreciaba muchísimo a Antonio Gil, y le tenía como hombre de bien, desconociéndose antecedentes malos.

Velazquez se apersonó ante el Cnel Salazar y le pidió por el noble y honesto cautivo que había mandado a juzgar a Goya, sabiendo él, que "Gil era persona de bien y jamás se le había conocido por delincuente y además se le conocía por un hombre bueno, justo y corajudo cuando las circunstancias lo requerían.

peregrinación al santuario
Salazar le dice al escuchar a Velazquez, "que si era cierto todo lo que él le decía, le traiga 20 firmas de personas conocidas del pago de Mercedes y él le daba la palabra que lo dejaba en libertad a Gil junto con el perdón...". Dicho esto, Velazquez juntó las firmas requeridas por Salazar y se las llevó, exigiendo que cumpla con la palabra que le había dado. Salazar lee las firmas y hace una nota en donde da la orden de dejar en libertad a Antonio Gil. Esa nota  fue remitida a la ciudad de Mercedes, pero llega tarde, ya se había llevado a Gil para los tribunales de Goya.

Camino a los tribunales de Goya, al llegar al cruce de las Picadas a unos 8 km al norte de Mercedes, la tropa formada por tres soldados, un Sargento y el prisionero, hacen un alto en el camino para descansar a los caballos. Antonio Gil sabía la suerte que le tocaba correr. En un momento Gil le dice al Sargento: "no me mates porque la orden de mi perdón está en camino..." a lo que el Sargento contestó: "¿Vos crees que te vas a salvar? De esta no te salva nadie..." y Antonio Gil le replicó: "No. Vos me estás por degollar, pero te digo algo más, cuando llegues esta noche a tu Mercedes, junto con la orden de mi perdón, te van a informar que tu hijo se está muriendo de mala enfermedad y como vas a derramar sangre inocente invocame para que interceda ante Dios Nuestro Señor, por la vida de tu hijo; porque sabido es que la sangre del inocente suele servir para hacer milagros...". El Sargento se burló de sus palabras y ordenó a los soldados que lo colgaran y allí lo degolló. Versiones cuentan que Antonio Gil prestó su propio facón para ese propósito.

Al llegar a Mercedes, el Sargento se entera del perdón de Antonio Gil. Un fuerte choque lo sacudió de pies a cabeza. Recordando las últimas palabras del Gauchito anunciándole lo que estaba ocurriendo. Inmediatamente pidió permiso a su superior para dirigirse a su casa. Con el permiso concedido, llega a su casa en donde se encuentra con un cuadro desolador, le dan la noticia que su pequeño hijo estaba muy grave, la fiebre era altísima y el médico del pueblo les había dicho que no tenía salvación. Inmediatamente, el Sargento cerró los ojos por un momento y tuvo frente a si la imagen del Gauchito Antonio Gil, cuando le decía exactamente lo que estaba viendo. Con las lágrimas en los ojos, se arrodilló y le pidió al Gauchito que interceda ante Dios para salvar la vida de su niño. Le pidió perdón por no saber lo que estaba haciendo en ese momento. Él solamente quería ser un buen soldado y tampoco lo había condenado.  Al llegar la madrugada el milagro se había hecho, el pequeño se recuperó. A media mañana ya se había levantado del lecho, en donde pocas horas antes sería el lugar de su velatorio.

banderas coloradas con mástil de tacuara que los promeseros  colocan en señal  de agradecimiento
 Con lágrimas en los ojos, el Sargento construyó con sus propias manos una cruz de ramas de Ñandubay, las cargó sobre sus hombros y de dirigió, esta vez caminando, hasta el lugar donde había matado al gauchito. Hasta allí llegó, le colocó la cruz, le volvió a pedir perdón y a darle las gracias por haber salvado la vida de su amado hijo. Esa fue la primera cruz que hubo allí. Esa cruz le dio nombre al lugar, hasta ese momento un alto en el camino.

Luego, con el transcurso del tiempo se convirtió en un frecuente ápice de peregrinaje. Allí, a toda hora del día y de la noche, se pueden apreciar una cantidad siempre importante de personas. Las mismas van a realizar pedidos. Como así también es inmensa la cantidad de promeseros que se acercan al oratorio dando gracias por los favores recibidos, así también de los milagros realizados por Antonio Gil, fiel servidor de Dios, intermediario incondicional de las personas con el Ser Iluminado que es Dios Nuestro Señor.


Bibliografía: Antonio Gil "El Gauchito" y otros santos populares. Anónimo.